miércoles, 19 de octubre de 2016

Swahili para principiantes


Niños masais en el interior de una cabaña. La fotografía es de Silvia Barasona.


“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong”. Con esta frase comienza el libro en el que la danesa Karen von Blixen Finecke narra su estancia en Kenia a principios del siglo XX. Memorias de África, publicada en 1937, fue llevada al cine en 1985 con Meryl Streep y Robert Redford como protagonistas de una historia de amor con unos paisajes que atrajeron y siguen atrayendo a miles de turistas. Tanto es así que se comercializa un circuito que recorre los lugares descritos en esta novela. Y es que, dejando a un lado el interés de la trama, la sabana es un enorme espacio que hipnotiza al visitante. Y más si es la primera vez que pisas un país así.

Los científicos consideran Kenia la cuna de la humanidad, con restos fósiles de homínidos de tres especies distintas datados hace 2,6 millones de años. El país, algo más grande que España y con una población de 45 millones de habitantes, se extiende en África oriental desde la costa del Índico hasta las altas mesetas del interior, donde se asientan dos de los parques más conocidos gracias a los documentales de naturaleza: el Masai Mara y el Amboseli. Los portugueses fueron los primeros europeos en poner los pies en 1498 en una expedición capitaneada por Vasco de Gama para abrir nuevas rutas comerciales con Asia. Se establecieron en Mombasa, al sur del país, y de su paso quedan aún en pie varias fortificaciones, en especial Fuerte Jesús, declarado Patrimonio de la Humanidad. El sultanato de Omán arrebató el poder a los portugueses y luego llegaron los alemanes (1885) y los británicos (1888). Los keniatas consiguieron su independencia en 1963.


Comercios al borde la carretera entre Nairobi y Mombasa.

Mombasa, con casi un millón de habitantes, es el principal puerto y está enclavada en una isla separada del continente por el río Tudor Creek, que desemboca en el estuario del Kalidi. Lo primero que le choca al viajero es por qué no hay un puente para salvar los escasos 200 metros de distancia entre las orillas y debe utilizarse un ferri, gratis para el peatón pero no para los vehículos.
--No hay puente porque hacerlo vale mucho dinero, insisten los guías turísticos.
Pocas son las calles asfaltadas de la ciudad, en la que se alternan edificios de ladrillos con casas de techo de chapa, y no es raro que crucen vacas, igual que en la India. Abundan los templos de todas las religiones imaginables y cada uno tiene su escuela. Hacia el sur cambia el panorama. A unos 25 kilómetros se levantan lujosos complejos hoteleros en las playas de Diani, Tiwi y Likoni, con fina arena blanca, aguas azules y palmeras; un Caribe en el Índico, aunque con un turismo muy reducido.

Las playas (la de Diani, en la foto contigua) no son públicas y están vigiladas por guardas uniformados que te siguen delante y detrás cuando abandonas las instalaciones del hotel. Por la playa pululan personajes que te venden pulseras, excursiones a los arrecifes e islas, pesca, buceo o traslados al pueblo más cercano, actividades que ya te ofrecen los hoteles, y gratis la mayoría de las veces. Pero es relativamente fácil picar en la cena con langosta. Un joven se te acerca y te comenta que por 40 euros puedes cenar una langosta para dos personas y una barracuda y que por cinco euros más te sirve un par de cervezas bien frías. ¿Dónde? En una cabaña situada cerca de la orilla, y te muestra fotos de turistas satisfechos (un book en toda la regla) dando cuenta del marisco. La realidad es otra: la cabaña tiene mesas corridas y no hay platos, servilletas o cubiertos que valgan. La langosta está hecha al espeto y la barracuda no es más que una caballa grande y reseca. Además, en la sobremesa (si es que no sales corriendo antes) te lloran con lo mal que está la vida en su país, lo caros que valen los uniformes escolares para los niños o lo enferma que está su madre.


Arriba, la sabana en el parque de Saltlick. Abajo, a la izquierda, un mono colobo remata unos cócteles en un complejo hotelero de la playa Diani,






Desde estos puntos de la costa empiezan los safaris. Esta palabra significa viaje en swahili, idioma oficial junto al inglés. De esta lengua es también la expresión hakuna matata (no te preocupes), popularizada por la canción de la película El rey león, y los vocablos bwana (señor) y simba (león) que no faltaban en las aventuras de Tarzán.
La construcción de comunicaciones por tierra está en manos de los chinos, que ganaron el concurso para construir la carretera entre Nairobi y Mombasa (450 kilómetros) y una vía férrea, que ejecutan por tramos. Eso significa que para viajar por Kenia hay que tener paciencia.
El parque natural más cercano a Mombasa es Shimba Hills, reducto de los últimos ejemplares del antílope cuernos de sable, una de las muchas especies en peligro de extinción a pesar de que la caza está prohibida en Kenia desde hace años. Abundan los jabalíes verrugosos (conocidos como pumba por el personaje de los dibujos animados) y los búfalos, uno de los cinco grandes –junto al león, leopardo, elefante y rinoceronte— que perseguían los cazadores. Los alojamientos para turistas son pocos, pero muy buenos. El albergue de Shimba Hills imita las tiendas de campaña con camas con mosquitero, pero con lujo y con cuarto de baño incorporado. En los alrededores encontramos la tribu makandale, con un poblado impoluto preparado para los turistas y con un hechicero que te limpia de los malos espíritus con barritas de sándalo. Sales de allí con la sensación de que el espectáculo es cien por cien para guiris. ¿Qué estaba diciendo el hechicero? A juzgar por las risas de los guías, lo mismo que los cantaores de los tablaos flamencos les dicen a los extranjeros que visitan España.


Cebras, antílopes cuernos
de sable (en la reserva de Shimba Hills)
 y un cocodrilo
en una charca. Abajo, un joven león
macho se dispone a dar cuenta de un búfalo.

A unos 100 kilómetros de allí (media mañana en coche) se sitúa el santuario de Ngutuni, de unos 40 kilómetros cuadrados de superficie y en la que la variedad de animales es mayor. Unos 300 elefantes viven en esa zona que limita con el parque nacional de Amboseli que se acercan al precioso Saltlick Safari Lodge con total naturalidad para utilizar los bebederos de agua mientras son observados por los turistas. Estos gigantes se reúnen en pequeños grupos –liderados por hembras— para ir a un abrevadero artificial. Su llegada al agua supone la marcha búfalos, cebras y antílopes: mientras ellos beben no permiten que ninguno otro animal se acerque. El turista tiene una plataforma privilegiada para fotografiar a la fauna a menos de 100 metros de distancia. 


El parque está recorrido por una red de caminos de arcilla roja por la que circulan los todoterrenos y las furgonetas que transportan a los visitantes. Los conductores –que se comunican entre sí por radio— temen a los búfalos, unos animales que pueden llegar a pesar 600 kilos, que a simple vista pacíficos pero que cuando se enfadan son capaces de embestir todo lo que se le ponga por delante.
La sabana es silencio; un enorme escenario en el que la vida y la muerte se alternan y en el que uno se siente atraído por un paisaje árido en el que se esparcen árboles que destacan entre hierbas y arbustos. La vista se agudiza cuando llevas un tiempo observando y la sola posibilidad de ver un animal salvaje en su hábitat –como salen en los documentales— ya es apasionante. Ese cara a cara con la naturaleza emociona por el hecho en sí de estar en ella, de poder disfrutar de lo que creíamos tan lejano y ahora tenemos delante.


En ese santuario es posible ver leones. La radio avisa al conductor de que al amanecer tres machos jóvenes han cazado un búfalo y hay que darse prisa para poderlos fotografiarlos antes de que lleguen los carroñeros y se marchen. Impresiona ver a 15 metros, eso sí, dentro del coche, a estos felinos. Mientras comen, el resto de animales está tranquilo. Jirafas, gacelas, impalas y babuinos (ojo, hay que cerrar las ventanillas de la furgoneta) o más conocidos para nosotros como las perdices, la grulla o el zorro cruzan una y otra vez los caminos.  

Un baobab. Junto a la acacia
es el árbol más característico
de la sabana.




Saltlick Game Lodge es uno de los hoteles más espectaculares de Kenia. En medio de la sabana salpicada de acacias, baobabs y pequeños arbustos se alzan una serie de pilares de siete metros de altura que sostienen unas estructuras que imitan a las cabañas. El lujo no es solo el mobiliario y los servicios que ofrecen las instalaciones, sino la situación privilegiada para observar a los animales desde tu propia habitación o desde los salones del hotel. Este establecimiento, de algo más de 4.000 metros cuadrados, cuenta con un sistema de pozos que vierte el agua a un abrevadero situado entre los pilares. Antes de que anochezca suelen ir los herbívoros a beber y es un buen momento para captarlos con la cámara.



No abundan los establecimientos hoteleros en Kenia, pero los que hay son de una magnífica calidad. Estos dos se sitúan en el parque de Saltlick. El de abajo dispone de pista de aterrizaje.



Los paquetes turísticos ofrecen safaris nocturnos. El sol cae en verano entre las seis y las siete de la tarde (estamos en el ecuador) y las expediciones salen después de la cena. Normalmente en esa partida en cada vehículo va un vigilante armado; dicen que es por si tienen que enfrentarse a los cazadores furtivos. La noche en la sabana es fría y silenciosa, aunque está llena de actividad. Los leones tienen una excelente visión nocturna y aprovechan las horas de oscuridad para cazar. Si las cebras o gacelas están nerviosas es porque los felinos están cerca, señalan los guías. Son las hembras las que acechan a las presas, pero es muy difícil seguirlas en la noche; solo las leonas que cuidan de los cachorros son relativamente fáciles de localizar.   

El parque rodea la ciudad de Voi, de 45.000 habitantes, cruzada por la carretera de Nairobi a Mombasa, asfaltada los primeros 20 kilómetros en sentido a esta última capital. A los márgenes hay una gran actividad. La construcción de esta arteria supone una importante cantidad de mano de obra que necesita comercios de alimentación y ropa, pensiones, bares y muchos, muchos puntos de venta y reparación de teléfonos móviles. Y al borde de esta carretera hay un poblado masai. Este pueblo solo supone el 2% de la población de Kenia, pero sin duda es la etnia más conocida de ese país de las 42 que hay registradas. El jefe te cobra diez euros por la visita, que incluye poder entrar en cualquiera de las cabañas –que se distribuyen alrededor del cercado para el ganado--, enseñarte a hacer fuego frotando dos palos y disfrutar de la típica danza de saltos, a la que te invitan a participar. Luego te intentan vender baratijas.

Este poblado nada tiene que ver con los que encuentras en el camino. Niños (incansables a la hora de saludar a los turistas) y mujeres caminan por los márgenes cargados de garrafas y hacen colas ante los pozos de donde se saca el agua. Apenas se ve cableado eléctrico ni mucho menos alumbrado público y de cuando en cuando se ve alguna placa solar sobre los tejados metálicos de las casas. La venta de sacos de leña y carbón vegetal está muy extendida en este país. Los chavales con más suerte van al colegio (en la foto, niñas en una escuela de Voi), pero no es raro verlos cuidando cabras o vacas. 54 niños mueren de cada 1.000 que nacen, una cifra altísima comparada con España (3,3 niños por cada mil nacimientos) y aun así el crecimiento de la población es del 2,6% anual.


Piara de facóceros, jabalí verrugoso.

La agricultura y la ganadería son los sectores que más aportan al Producto Interior Bruto (PIB), mientras que el turismo está en el furgón de cola de este país que tiene renta per cápita de 1.432 dólares (la española fue de 22.412 dólares). Los atentados del grupo islamista somalí Al Shabab, el mayor fue el perpetrado en 2014 cerca de un complejo hotelero en la costa y se saldó con 48 muertos, ha retraído al turista, que se ha decantado por la vecina Tanzania para los safaris. 

Manada de búfalos africanos. Los conductores les llaman 'bad boys' (chico malos) Son impredecibles y capaces de embestir  contra un todoterreno. El peso de un macho adulto puede rondar los 600 kilos.

El escritor Paul Bowles señaló que “mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra”. Pero hay veces en que el turista remolonea a la hora del regreso porque África le contagia las ganas de disfrutar de lugares únicos, incomparables, y de experiencias fascinantes como la de recorrer la sabana, aunque sea en un todoterreno acompañado de desconocidos.
 Aquí va una pequeña galería de fotos



Elefantes en la reserva de Ngutuni, 
Abajo, dos jóvenes leones descansan después cazar un búfalo. 




































Una jirafa camina por la sabana en busca de una acacia, su comida favorita. Camas con mosquitera, imprescindibles para poder dormir con una mínima tranquilidad.





























Un masai. Abajo niños en la carretera
de acceso a un parque natural. 
























Babuinos en el vado de un sendero. Abajo,el transborador de Mombasa ( las fotos están prohibidas), unos estorninos de la variedad soberbioos, una manada de cebras y más abajo, un grupo de pintadas cruza un sendero. Por último, unas gacelas

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No estaría completa esta entrada sin volver a Memorias de África. Este vídeo recoge el tema principal de la película, compuesto por John Barry. Kwaheri y asante (adiós y gracias) que se dice en swhalil.