jueves, 24 de noviembre de 2011

Yo estuve allí: Rabunni


El Frente Polisario tiene como capital administrativa en los campamentos de refugiados del desierto argelino --la hammada-- a Rabunni, un complejo de edificaciones que incluye un hospital --costeado por el Estado español-- y el protocolo, lo más parecido a una residencia para visitantes. Estuve en dos ocasiones alojado en Rabunni: en marzo de 1998 y en octubre de 2002. Fue allí donde hace unos días y a tiro limpio secuestraron a dos cooperantes españoles las huestes de Al Qaeda.
Me consta que los saharauis persiguieron a estos criminales, que tienen una base en Mauritania desde la que se dedican a una amplia variedad de atrocidades. Mauritania está a casi 200 kilómetros de allí y no hay carretera que valga. Los todoterrenos es el único medio para atravesar el inmenso pedregal salpicado de alguna que otra duna que es esa zona del Sahara.
De Rabunni guardo buenos recuerdos. La primera vez que fui iba con un grupo de médicos que seleccionaron a unos cien niños para después llevarlos a Córdoba y operarlos de distintas malformaciones óseas. Pagaba una caja de ahorros que en ese momento era de la Iglesia.

En ese protocolo-residencia compartía habitación con varios políticos y en otros cuartos había periodistas, ingenieros, más médicos y muchos miembros de ONG, americanos, australianos, italianos, franceses... Los aparatos de aire acondicionado que se ven en la foto no siempre funcionan.
Una tarde, cuando caía el sol, vimos llegar una tribu de unos 20 saharauis con sus camellos, cabras, perros y jaimas enrrolladas en los animales. Buscaban lo más preciado, el agua, que en Rabunni es abundante, tanto que sus huertas abastecen de verduras a los colegios y al hospital.
Dieron que beber a sus animales y acamparon fuera del recinto. A la mañana siguiente no había rastro de ellos: ni el más mínimo en el horizonte. "Son los que siguen las nubes", nos decían nuestros guías.  

Cerca de allí está la misión de la ONU encargada de elaborar el eterno censo que enfrenta a Marruecos con el Polisario para una votación de autodeterminación que lleva 30 años de retraso.
Es habitual ver por Rabunni a los prisioneros marroquíes deambulando. Están sueltos porque "¿a dónde quieres que vayan?", dicen los saharuis.
La frontera de Marruecos está a unos 150 kilómetros repletos de minas. También hay en Rabunni un museo al aire libre dedicado a las armas incautadas al enemigo, a Marruecos, entre las que abundan las de fabricación española.
Vivir en los campamentos es muy duro, aunque sea en esa residencia, y hay que valorar el esfuerzo de muchos cooperantes que dedican su tiempo a mejorar las condiciones de vida de este singular pueblo, que vive exclusivamente de la ayuda internacional. Al Qaeda, como cualquier otro grupo terrorista, está empeñado en imponer su voluntad --que no es otra que instaurar un régimen autocrático-- a base de la violencia y no le importa las consecuencias que acarrea impedir el trabajo de quienes se preocupan de los demás. Ya son demasiados los cooperantes secuestrados para chantajear a los gobiernos europeos y lo que es peor, asesinar a los capturados. 
En Rabunni hice amistad con las asociaciones de amigos de los niños saharauis, que cada verano traen a España a miles de chavales. No me imagino cómo debe ser el verano en el desierto y dos meses bien alimentados y cuidados es un balón de oxígeno para estos pequeños capaces de jugar al fútbol descalzos a las cuatro de la tarde.
Solo nos cabe esperar que se ponga fin a esta sangría de secuestros que hacen replantearse a algunas asociaciones su presencia allá donde se les necesita. 








Yo estuve allí: Siria

De ser un lugar apacible a estar entre los sitios más peligrosos del planeta solo hay de por medio una revolución. Conocí Siria en el año 2004 en un viaje institucional organizado por el Colegio de Abogados de Córdoba para hermanarse con los letrados de Damasco, y ni que decir tiene que la famosa hospitalidad árabe está más que justificada. En siete días recorrimos un país cuyo principal atractivo era no ser turístico, algo que no entiendo a la vista de sus ciudades, monumentos y paisajes, con desierto incluido en la zona que linda con Irak.
La capital es una de las ciudades más antiguas del mundo y su mezquita Omeya está considerada como uno de los lugares sagrados del Islam; de ahí a que en sus alrededores podamos ver peregrinos de los países cercanos,entra las que figuran mujeres con burka.
Por ese suelo han pasado un sinfín de tribus semitas, los persas, los romanos, los árabes que se expandían desde el Golfo Pérsico, los cruzados que querían liberar Jerusalén, o los turcos, que dominaron el territorio hasta que el Imperio Otomano se vino abajo tras la Primera Guerra Mundial.
Este cruce de caminos que es Siria hace que el país tenga unas señas de identidad bien diferentes a sus vecinos turcos, iraquíes, libaneses y jordanos. De entrada, de sus 18 millones de habitantes, dos millones profesan la fe cristiana, divididos entre católicos, la mayoría, y ortodoxos. Por eso, la convivencia no es un ejercicio difícil para ellos: las dos religiones, más unos pequeños grupos de judíos, llevan viviendo juntas desde la Edad Media. Por eso sorprende que el problema no sea religioso --aunque la religión influya en los motivos del levantamiento--, sino político.
El presidente Bachar el Assad se resiste a dejar el poder en el que participa la minoría alawi, una tendencia dentro del islamismo que tolera el consumo de alcohol bajo determinadas condiciones.
 Más allá de estas consideraciones, y en el plano turístico, la comida del país sorprende por su variedad. Sobre la mesa se colocan una veintena de pequeños platos con ingredientes conocidos al paladar andaluz. Los pistos y boronías –las verduras son excelentes-- nunca faltan en el menú que acaba casi siempre con el cordero con arroz al que se le añade yogur. En casi todos los restaurantes sirven alcohol, si bien encontrar un vino de calidad o una cerveza bien fría es difícil en algunas ocasiones. Los vinos están elaborados en Líbano con uvas traídas de Francia y no están del todo conseguidos. Las bandejas de dulces que se sirven a los postres demuestran la maestría de los árabes en la reposteríamuy similar a la española.
Impresionante es la ciudadela de Aleppo; los restos de Palmira, la ciudad levantada en medio del desierto para atender a las caravanas de la Ruta de la Seda; Crack de los Caballeros, fortaleza templaria utilizada en las Cruzadas; la Gran Mezquita Omeya; el Museo Nacional, que alberga las primeras tabletas de escritura cuneiforme y un largo etcétera. Recuerdo que en Homs, una de las ciudades más castigadas, nos fijamos en las norias del río, muy parecidas a las albolafias de Córdoba. La última vez que las vi en la tela echaban humo por los cuatro costados. Cuesta creer que un sitio tan apacible sea hoy un escenario de muerte y destrucción.