lunes, 16 de enero de 2012

Asia a un lado; al otro, Europa

Capital de dos imperios, el bizantino y el otomano, y uno de los asentamientos más antiguos de la humanidad, Estambul se encuentra en un lugar geopolítico estratégico. Lo de geográfico es evidente por situarse donde se dividen dos continentes –Europa y Asia—y político por su interés en integrarse en la Unión Europea, por ser el fiel aliado de Estados Unidos en esa zona, por su ocupación de Chipre y presentarse como un Estado laico con una población islámica.
El canciller Konrad Adenauer, adelantado de la unidad europea, dijo de Turquía que era “el hombre enfermo de Europa”. El imperio otomano se extendió por el este mediterráneo –Grecia incluida--, el Medio Oriente y el norte de África, controlando Egipto, desde la caída de Constantinopla (1453) hasta la Primera Guerra Mundial. Estambul no solo está llena de vestigios de esa época, sino también de la romana y la bizantina. Y es que esta impactante ciudad ha tenido varios nombres según quien la gobernara --Constantinopla, Bizancio y Estambul—una trinidad irrepetible.

La mezquita Azul, que se levanta junto a Santa Sofía, hoy convertida en museo.

Los otomanos fueron los diseñadores de las mezquitas con grandes cúpulas y minaretes de aguja, elementos mejorados de los posiblemente mejores ingenieros de la historia, los romanos. La iglesia de Santa Sofía, convertida en mezquita, es uno de los mayores ejemplos. A día de hoy es un museo y se sitúa en la zona con más monumentos de esta megápolis de 15 millones de almas. Al lado está el palacio de Topkapi, ejemplo del lujo por el lujo, con varios harenes; las cisternas de Justiniano –hay otras 60 repartidas por la ciudad y construidas por los bizantinos--; el hipódromo, con un obelisco egipcio y otro de imitación, y la mezquita Azul, que ordenó poner en pie el sultán Ahmed I.

En esta tienda se encuentra de todo para una gran boda turca-

Estamos en la zona europea de Estambul, la más antigua y más tradicional. A diez minutos caminando llegamos al Gran Bazar, con 4.000 comercios, 22 entradas y 64 laberínticas calles. Allí se encuentra de casi todo, pero la joyería, las alfombras y la piel abundan sobre el resto de productos. Está orientado al turista, pero la visita merece la pena, lo mismo que merece la pena salir por una de las puertas que da a calles repletas de comercios genuinamente turcos. Las tiendas de ropa –Turquía es una potencia en el sector textil—ofrecen prendas de calidad a buen precio siempre que ejerzamos el correspondiente regateo. Por allí circulan rusas, georgianas y azerbayanas que llegan en autobuses para comprar cantidades de ropa que se llevan en grandes bolsas. Si el bazar es una institución, también lo son los hamman, los baños turcos, muy similares a las termas romanas. El de Çemberlitas, cerca del bazar, es de los más populares y antiguos (1583). Los hay solo para hombres, por separación de sexos y mixtos, los más buscados por los occidentales, que solemos viajar en pareja. En los hoteles facilitan guías y los precios van de los 10 a los 30 euros con masaje –o palizón, según quién lo aplique-- incluido.  Son famosos los de Galatasaray, Sulemaniye y Cagaloglu.

Cartel en español en el bazar de las especias

Los buses urbanos son decentes y el tranvía es más que conveniente a la vista de los atascos de tráfico.  El puente Gálata y la torre del mismo nombre –construida por los venecianos—conectan con una zona más moderna, con el mar a ambos lados. Antes está la terminal del ferri que lleva a una decena de islas repartidas por la bahía. La excusión es barata y se echa una buena mañana conociendo sitios para el turista turco. En alguna que otra playa se ven mujeres con el bañador hasta los tobillos y el cabello cubierto junto a alguna joven –pocas-- en bikini. Frente a la terminal se sitúa otra atracción, el mercado de las especias, imprescindibles en la cocina turca, que va mucho más allá del kebab y el yogur.  Las verduras –preparan las berenjenas de 40 formas—y los pescados recuerdan que se trata de una cocina mediterránea en la que se usa el aceite de oliva.
El Gran Bazar cuenta con
4.000 comercios, 22 entradas
y 64 laberínticas calles
Barrio de lujo en la parte asiática.
De vuelta a tierra, la visita sigue por la orilla del mar, donde se suceden pequeños puertos deportivos con coquetos restaurantes en los que no hay problema para tomar una cerveza o vino, producido en el interior del país; los turcos son más liberales en ese aspecto que el resto de musulmanes. También hay un barrio judío que poblaron los sefarditas cuando fueron expulsados por Isabel y Fernando en 1492. Así se puede seguir hasta Asia, pero la zona moderna de la ciudad, la parte alta, es un espectáculo digno de ver por sus enormes plazas, como la de Taskim, y amplias avenidas.

Turismo familiar en el palacio de Topkapi. Obsérvese la vestimenta femenina.

 La calle Istiklal es peatonal y se diferencia bien poco de cualquier ciudad europea. Franquicias, bancos y cafeterías a un lado y a otro, y en mitad, una iglesia católica. En algunos pasajes encontramos restaurantes, lo mismo que en los áticos de los edificios más altos, desde los que se divisan fantásticas panorámicas del Cuerno de Oro. Se llama así esta ensenada por el reflejo del sol en la tarde y siempre hay turistas con la cámara a mano para llevarse ese recuerdo.
 
Un palacio otomano y justo detrás un rascacielos.
 Lo tradicional comparte espacio con lo moderno en Estambul.

Los palacios otomanos se alternan con urbanizaciones de lujo conforme llegamos  a la zona asiática. Un puente da la bienvenida al continente con un hito en la mitad para señalar la división. A partir de ahí se extiende Estambul otra vez hasta donde alcanza la vista.

El puente Gálata con la torre del mismo nombre al fondo de la imagen.

La apariencia de modernidad en determinadas zonas contrasta con barrios profundos y pobres, un buen caldo de cultivo para el islamismo. El fundador de la nueva Turquía, Mustafá Kemal Atatürk, diseñó un país laico, adoptó el alfabeto latino frente al árabe tradicional y modernizó costumbres, aboliendo el sultanato y el concubinato. Eso fue en 1922. A día de hoy, el Gobierno lucha por integrarse en la Unión Europea, pero debe hacer grandes esfuerzos para la convergencia.
Una turca luce un burka de marca (falsa, seguro).
  La pena de muerte y el poco respeto a los derechos humanos –que se lo digan a los kurdos—son los principales obstáculos y mientras que el presidente del Gobierno, Recep Erdogan, intentó prohibir el hihab (el pañuelo), el Tribunal Supremo echó por tierra la iniciativa. Son cientos las turcas, en una ciudad moderna como Estambul, que caminan cuatro pasos atrás del marido, o que llevan burka. Los asesinatos de honor, unos 200 al año, reciben ahora el castigo de cadena perpetua después de una reforma del Código Penal, que antes solo contemplaba una condena de dos años y medio de cárcel. Estos puntos hacen que la UE recele y que alemanes y franceses se opongan a la entrada en la comunidad hasta que no subsanen estas cuestiones. Tampoco la libertad de prensa es para tirar cohetes y las detenciones de intelectuales el año pasado añaden un plus negativo a este panorama. A la memoria viene la película El expreso de medianoche, donde el protagonista, encarcelado por tráfico de droga,  era sometido a torturas y vejaciones habitualmente. No es que haya que tratar a los delincuentes a cuerpo de rey, pero los derechos deben ser respetados. Por ahí se empieza.




martes, 3 de enero de 2012

Lindo y querido



Teatro Nacional de México.
La pirámide de la Luna preside los casi cuatro kilómetros que mide la Calzada de los Muertos en el complejo ceremonial de Teotihuacán, un presagio de que en México todo es grande. Los aztecas encontraron esta ciudad abandonada y le dieron el nombre por el que hoy es conocido. Su traducción del náhualt, el idioma nativo que aún se conserva, viene a ser donde los hombres se convierten en dioses. Fue un centro económico, político y religioso en el que llegaron a vivir 120.000 personas y su desaparición se explica por el suicidio ecológico, que también se dio entre los mayas del Yucatán cuando acabaron con los recursos que ofrecía la selva.
A unos 50 kilómetros de allí, el modelo de grandiosidad de espacios se repite. La Tecnoctitlán de los aztecas, la actual Ciudad de México o Distrito Federal, encandiló a las huestes de Hernán Cortés, que se encontraron con una población levantada sobre varias lagunas. De ese pasado lacustre sólo queda el vestigio de los jardines de Xochimilco, uno de los muchos puntos de atracción turística que tiene la capital del Estado y que se visita en barcazas que recorren media docena de canales.
El Distrito Federal impresiona por sus cifras, desde el número de habitantes --hablan de 30 millones--, hasta la longitud de algunas de sus avenidas de 30 y 40 kilómetros, como las de Reforma o Insurgentes, pasando por el índice de criminalidad, uno de los más altos del mundo y del que dan cuenta a diario las portadas de los periódicos.
Aunque las advertencias sobre la peligrosidad no están de más, moverse por el DF requiere no solo seguridad, sino también paciencia. Por la capital circulan casi cinco millones de vehículos y llegar de un sitio a otro no es cuestión muchas veces de distancia; más bien es de tiempo. A determinadas horas el tráfico se torna en atasco y al turista le queda poco más que mirar por la ventana del taxi o autobús para observar cómo transcurre la vida en esta megápolis.
La zona que rodea a la catedral, el Zócalo, repite el mismo esquema en la mayoría de ciudades mexicanas. En esa plaza está, además de la iglesia, el palacio de Gobernación con unos impresionantes murales de Diego Rivera en los que cuenta la historia de la nación, desde la fundación por los aztecas, la llegada de los españoles y la independencia.


Una calle en la colonia de Coyoacán, en donde vivieron Diego Rivera y Frida Khalo.

Barrio chabolista en DF

En México DF todo es desmesurado, desde su población --hablan de 30 millones-- hasta sus avenidas, algunas de 40 kilómetros de largo

Rivera convivió buena parte de su vida con Frida Khalo en uno de los barrios --allí les llaman colonias-- más bonitos, Coyoacán. Como si estuviera contagiado por el colorido de los dos pintores --o al contrario--, sus edificios coloniales tienen un toque especial de azules, rojos, verdes y amarillos, que contrastan con la frondosidad de sus parques y plazas en las que un día caminaron León Trosky y Carlos Fuentes, dos de sus más conocidos vecinos.
Cuando uno se acerca a la plaza Garibaldi, los mariachis lo anuncian. Vestidos de charros intentan detener a los conductores para convencerle de que se detengan a escuchar sus canciones por unos pesos o que les contraten para cualquier fiesta. Hasta allí se dirigen las parejas para que estos grupos, formados generalmente por gente mayor, les interpreten temas de amor con violines, guitarrón y trompeta.
Al norte de la ciudad se encuentra otro ejemplo de las grandes dimensiones: la basílica de Guadalupe, la patrona del país. Construida a base de hormigón, hierro y cristal, contrasta con la primitiva iglesia, que se hunde poco a poco, y que fue levantada entre los siglos XVII y XVIII. La religiosidad de los mexicanos se palpa especialmente en este templo. La docena de confesionarios lucen una cola de gente un día entre semana que ya la quisieran los curas españoles.
Para llegar hasta allí atravesamos una de las zonas más deprimidas de la ciudad, en la que los tejados de uralita o de cartón, las calles terrizas y el ladrillo sin enyesar son la nota dominante hasta donde alcanza la vista. Las diversas crisis que tuvo el país en los años 60 llevaron a muchos campesinos a instalarse en el Distrito Federal como buenamente pudieron y a día de hoy es imposible saber cuántos viven en estos barrios. Son los propios vecinos los que se surten de los servicios de agua, comprando cisternas, o de luz, enganchándose a los postes, ante la indiferencia del gobierno local.
El contrapunto está en el sur y el este, con lujosas urbanizaciones con seguridad privada, y en Chapultepec, el pulmón de la capital en el que se pueden ver la mansiones que un día habitaron María Félix o Mario Moreno Cantinflas.


Mariachi en la plaza Garibaldi preparados para cantar corridos y serenatas.

Hablar del Distrito Federal y enumerar lugares nos vuelve otra vez a la enormidad. La Zona Rosa, San Ángel, Polanco, la colonia Condesa, Campo de Marte, Insurgentes y un largo etcétera se ofrecen al turista como zonas de ocio con restaurantes, cantinas y centros comerciales repletos de franquicias europeas y norteamericanas.
El sitio ideal para conocer el México prehispánico es el Museo de Antropología e Historia, presidido por una impresionante figura de Tláloc, el dios de la lluvia. En 23 salas se exhiben más de 10.000 piezas de las culturas olmeca, chichimeca, tolteca, maya y mexica, que era como se denominaban los aztecas a sí mismos. Entre todas ellas, curiosamente, hay una pieza no original, el penacho de Moctezuma, réplica del que se encuentra en Austria. Jaguares de alabastro, ídolos de basalto y armas de obsidiana se reparten entre la famosa Piedra del Sol --el conocido calendario azteca--, el Caballero Águila o estatuas de Quetzalcoalt, la deidad de la serpiente emplumada, que al igual que sus compañeros de panteón reclamaba sacrificios humanos para aplacar sus iras.


Volcán Popocatepelt, a medio camino entre Ciudad de México y Puebla

La carretera que lleva hasta Puebla está vigilada por el volcán Popocatepelt y el Itzaccihualt, la doncella dormida, cubiertos de bruma en sus cumbres. Puebla es un excepcional ejemplo del barroco colonial, tanto por la cantidad de edificios como por su buen estado de conservación. La Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad y, además de por su arquitectura, la ciudad es conocida por su gastronomía y su cerámica, heredera de Talavera de la Reina. La lenta fusión entre la cocina indígena y la hispana se llevó a cabo en buena parte en los conventos, que han dejado un impresionante legado de repostería. Las vocaciones siguen estando en México a la orden del día y las clarisas, agustinas contemplativas y carmelitas tienen cantera asegurada para seguir elaborando dulces.

La novia y el padrino esperan al novio a las puertas de una iglesia en Oaxaca.

Más al Sur, en Chiapas y Oaxaca, se dan la mano lo colonial y lo indígena. Chiapas conserva las huellas de los mayas y tiene una de sus ciudades más hermosas y visitadas en San Cristóbal de las Casas, en la que sorprende la presencia mayoritaria de indios.
En un radio de 20 kilómetros se encuentran diseminadas aldeas y pueblos. San Juan Chamula tiene una iglesia naïf en la que los fieles mezclan tradiciones mayas con católicas. Al igual que en Zenocantán, sus habitantes son reacios a las fotos porque dicen que les roban el alma, y el turista se las ve y se las desea para captar la curiosa procesión de San Lorenzo, a la que acuden las familias ataviadas a con vestimenta morada. Los hombres se dirigen a saludar al consejo municipal, mientras mujeres y niños esperan sentados en las camionetas que les ha traído de las aldeas.

Procesión en honor a San Lorenzo en el Estado de Chiapas.

Las iglesias se presentan con el suelo lleno de flores y velas, mientras que los fieles rezan arrodillados y piden favores a los santos purificándose a base de beber refrescos.
La presencia del subcomandante Marcos y su ejército zapatista se hace notar en carteles y murales a la entrada de los pueblos. "Aquí el pueblo manda y el Gobierno obedece", reza una pintada justo donde estaba apostada una patrulla de militares armados hasta los dientes.
El mercado de Oaxaca ofrece el sábado por la tarde una gran actividad. A sus puertas, unas indias venden un plato exótico: los chapulines (saltamontes) fritos y aliñados, como no podía ser de otra forma, con chile. La variedad de estos pimientos es amplísima y los puestos lucen chiles de todos los tamaños y colores.
Cerca de allí están las ruinas de Monte Albán con sus famosas figuras de los Danzantes, que son en realidad indios que se automutilaban como ofrenda a los dioses. Tanto aquí como en Palenque, Chitchén Iztá o Uxmal se jugaba a la pelota, deporte, por llamarlo de alguna manera, en el que no está claro si eran los ganadores o los perdedores los que eran sacrificados.

Vista del complejo maya de Chitchén Itzá desde lo alto de una de sus pirámides.

Subir a las pirámides es en sí otro sacrificio. En los peldaños apenas cabe el pie, las escaleras son empinadas y el calor de la selva hace el resto. Compensa la vista desde arriba, desde donde se divisa la maraña que forman las copas de los árboles, aunque la bajada se hace peligrosa; al igual que la subida, hay que hacerla en zig zag.
Si hay una ciudad con un centro cuidado, esa es Mérida, donde se empieza a sentir el Caribe. Tiene la catedral más antigua del país enclavada en una plaza a la que rodean el palacio de Gobierno, el Municipal y la Casa Montejo, en honor de su fundador. El paseo que parte de allí lleva hasta una zona de restaurantes y terrazas en las que no falta la música y la buena mesa como antesala a lo que se puede encontrar en el Yucatán.

Empinada escalinata de una pirámide en Palenque

 
A mediados de agosto, la carretera que une Cancún con Playa del Carmen presentaba árboles caídos, charcos y postes en el suelo. Había pasado un huracán Emily', dejando hoteles cerrados y la playa reducida. Los complejos hoteleros del Yucatán se resienten de los estragos del viento y la lluvia. El parque natural de Xcaret reduce en ocasiones su zona de exhibición, lo mismo que algunos delfinarios. A lo largo de la temporada se dejan sentir de dos a cuatro huracanes de distintas intensidades.
El Yucatán ofrece de todo. Hay para todos los gustos, desde quienes hacen su vida íntegramente en el hotel (los que llevan la pulsera del todo incluido), hasta los amantes de los deportes. Buceo, con o sin botellas, o paseos en paracaídas remolcado por una lancha o nadar con los delfines, son algunas de las opciones de los turistas, a quienes las agencias de viajes ofrecen este destino como final de vacaciones.

Farmacias similares, versión mexicana de las parafarmacias.

Y es que México se abre al visitante con una enorme variedad. A su atractivo de las civilizaciones prehispánicas se unen las ciudades coloniales, su gastronomía, con sus tortillas de maíz y sus tequilas, la selva y las playas, demasiadas castigadas ahora en una temporada de huracanes que ha batido todos los registros meteorológicos conocidos.


Fuerte de Veracruz, primer asentamiento de los españoles en México

Dos alemanes celebran su boda en Playa del Carmen.

Dos jaguares retozan en el parque de Xcaret, cerca de la frontera con Guatemala.