Una vista frontal del Mont Saint Michel desde la pasarela de acceso al recinto durante la marea baja. |
Viajar en otoño por Europa, el
continente que más visitas recibe, tiene la ventaja de encontrar una menor
masificación, precios más baratos que en temporada alta y temperaturas más
frescas. Era así hasta hace poco porque los chinos lo han cambiado casi todo.
El gigante de Asia se ha convertido en el primer mercado emisor de turistas con
129 millones de personas que salieron el año pasado de su país. Son turistas
que viajan en grupo, en rutas organizadas y que recorren el continente a la
velocidad de un rayo. Como en la película británica Si hoy es martes, esto es
Bélgica, en la que un grupo visita siete países en 18 días y al final no
recuerdan dónde estaba tal castillo o catedral.
Este es el principal inconveniente
de los viajes organizados, pero no tiene por qué ser así. Tiene sus ventajas:
guía a tu disposición, pensión completa, no tienes que conducir ni hacer cola
en los monumentos, etcétera. Esta crónica está narrada en este contexto –un
circuito de siete días por Normandía, Bretaña y el Loira— y con un obstáculo
añadido: una fisura mal curada en el pie, lo que me hacía llegar el último al
autobús, evitar las escalinatas y perderme algún que otro sitio.
Un velero varado por la marea baja en el Mont Saint Michel. |
El primer destino turístico del
mundo va más allá de la torre Eiffel y Nôtre Dame, de los Campos Elíseos y del
Sacre Coeur. Francia recibió 87 millones de turistas en 2017, cinco millones
más que España, que le sigue en la clasificación de la Organización Mundial del
Turismo (OMT). Estados Unidos (76 millones), China (61) e Italia (58) completan
el listado de los cinco países más visitados.
Frente al poderío de París como ciudad monumental (más de 14 millones de
visitantes el año pasado) hay un pequeño punto entre Normandía y Bretaña que
atrae la atención de cientos de miles de viajeros. La abadía más famosa de
Francia se sitúa en el Mont Saint Michel, que compone posiblemente una de las
estampas más emblemáticas de Francia.
El recinto amurallado comenzó a
levantarse en el año 708 por el obispo Auberto, a quien el arcángel Miguel le
indicó dónde construir un templo, y varios siglos después (1017) comenzaron a
llegar peregrinos. Esos muros resistieron el ataque inglés durante la Guerra de
los Cien Años (1337-1453) y a partir de la Revolución Francesa (1789) se
transformaron en prisión. La Unesco declaró en 1979 este imponente monumento
Patrimonio de la Humanidad y desde el año 2014 el acceso a Saint Michel está restringido
y controlado.
Aun así, moverse por sus estrechas
y empinadas calles se convierte en un problema en determinados momentos por la
afluencia de visitantes. Es fácil comprobar que los chinos no se apartan por
más bastón en el que te apoyes. También hay ingleses, americanos, franceses y
grupos escolares, que sí ceden el paso. Los edificios (comercios, locales de
hostelería e iglesias) se construyeron sobre una enorme roca de 80 metros de
altura y 900 metros de perímetro. Tan atractivo como este patrimonio son las
mareas. La baja deja al descubierto una enorme extensión de arena, mientras que
la alta hace que el mar llegue hasta casi la Porte de l’Avancée, única entrada
al recinto.
Nada más traspasar la puerta se
encuentra uno de los símbolos de la gastronomía francesa: el albergue de la
mère Poulard, a quien le corresponde el mérito de haber inventado la tortilla
normanda. Anne Boutiaut (1851-1931), que era su verdadero nombre, preparaba
este plato, más suflé que otra cosa, para dar de comer a los peregrinos en el
que batía por separado yemas y claras y usaba estas últimas para derramarlas
sobre la tortilla una vez cuajada. En el restaurante del este albergue de tres
estrellas se hace a la vista del público, en boles de metal y a fuego lento de
leña en chimenea. Por supuesto, se usa mantequilla, producto lácteo estrella de
gastronomía francesa –la cocina referente mundial durante buena parte del siglo
XX-- cuyo olor acompañará al turista por todo el país. De este simple se ha
levantado un imperio de restauración y esta tortilla se puede degustar en Japón
o Taiwán gracias a las franquicias radicadas en medio mundo. Su textura es
difícil de digerir, con yemas esponjosas y claras semicrudas, a lo que se añade
la mantequilla.
Las vistas desde cualquier terraza
de las cafeterías de Saint Michel son
espectaculares –y también sus precios-- y no es raro ver una embarcación varada
en la arena tras la marea baja. La abadía está coronada por una figura del
arcángel espada en mano y merece la pena conocer el refectorio (comedor), la
Sala de los Caballeros y el claustro. Hasta ahí no pude llegar; había
demasiados escalones.
Saint Malo, enclave turístico de Bretaña. |
Los alrededores de Mont Saint
Michel no se corresponden del todo con la imagen de frondosidad que tenemos de
Francia. Será o no por el cambio climático, el hecho es que la sequía va a
hacer perder a los franceses el 20% de sus cosechas y el campo no está tan
verde como se espera. Las vacas normandas siguen pastando y el paisaje está
salpicado de casitas con jardín hasta Saint Malo, enclave en Bretaña del
turismo con posibles. De pasado corsario, sus murallas miran hacia el Atlántico
y sus coquetas calles y plazas albergan terracitas de cafeterías, tiendas de
ropa, restaurantes bien decorados y hoteles de categoría en un entorno muy
cuidado. El adarve rodea este conjunto casi impoluto en el que nacieron el
escritor François René de Chateubriand y Jacques Cartier, descubridor del
Canadá. Tan famosos como ellos fueron –por lo menos para los marinos españoles
y holandeses— los corsarios Surcouf y Dugay-Trouin, a quien Luis XIV, ese rey que era el Estado, dio
patente para asaltar la flota de otros países porque salía más barato que
declararles la guerra.
Una plaza en el centro de Rennes, capital de Bretaña, con casas típicas de la región. |
La capital de Bretaña es Rennes,
con 221.000 habitantes y cerca de 70.000 estudiantes universitarios. Se nota en
sus calles el dinamismo que contagia la juventud a la ciudad, repleta de bares
de todo tipo y que aún guarda numerosas casas típicas bretonas, con su
entramado de madera en la fachada, especialmente en la rue Chapitre, du
Champ Jacquet, Saint-Georges y Saint-Guillaume. Sede del Parlamento bretón, en
Rennes se puede admirar la catedral de San Pedro con sus magníficas vidrieras,
la basílica de Sant Sauvert y el edificio de la ópera en la plaza del
ayuntamiento. Muy cerca se encuentra la oficina de Correos, un precioso inmueble
que iba a albergar una Bolsa de Valores que nunca se puso en marcha.
Una exposición de fotos de tocados bretones en Concarneau. |
Abundan en Bretaña los pueblos con
encanto. Concarneau, en la comarca de Finisterre, conserva un bastión, la Ville
Close, es el primer puerto pesquero de atún en Francia y tiene una potente
industria conservera. A escasos kilómetros encontramos Quimber, localidad en la
que nació el poeta y novelista Max Jacob. Compartió casa con Pablo Picasso y
seis meses antes de la liberación de París fue detenido por la Gestapo. Murió
en el campo de concentración de Drancy.
Parte de la casa en la que vivió Max Jacob en Quimber está convertida en restaurante |
El producto estrella de esta zona
es la ostra. A diez euros la media docena, es en comparación más barata que la
cerveza (3,90 la caña) o la copa de vino, cuyo precio no baja de los 3,50
euros, un disparate si tenemos en cuenta la poca calidad del género. Hablo de
vinos sin embotellar, a granel, del vino por copa y en tetra brik en algunos
casos (en las guías no advierten de esto), muy habituales en bares y
cafeterías. Es difícil encontrar en las cartas de estos establecimientos botellas
de tinto por menos de 15 euros, que tampoco garantizan nada. Los vinos
franceses tienen un reconocimiento mundial, pero el de mesa es caro y de
calidad cuestionable. La cerveza, sobre todo la artesanal, es muy buena.
Con la hostelería debemos tener paciencia.
Los camareros franceses se toman su tiempo para servir, tardan en traer las
consumiciones y cuando lo hacen presentan inmediatamente la cuenta. Sorprende
que este sector esté ocupado prácticamente por jóvenes, estudiantes en su
mayoría, que trabajan a tiempo parcial. Ahora que se ha abierto en España el
debate sobre el agua del grifo gratis en bares y restaurantes, los franceses
nos llevan ventaja pues colocan en la mesa una jarra nada más sentarte. El
sueño de José María Íñigo hecho realidad.
Pont Aven. En primer plano, unas toleittes públicas. Justo atrás, una pastelería luce en su fachada una reproducción de una obra de Paul Gauguin. |
Los franceses son ceremoniosos.
Saludar con un bonjour o bonsoir cuando se entra a un comercio o restaurante,
dar las gracias con un merci beaucoup y pedir las cosas s’ilvous plait allana el
trato.
Pont Aven ha sido llamada la ciudad
de los pintores, aunque sea un pueblo que no llega a los 3.000 habitantes. A
orillas del río Aven y cerca del Atlántico, en esta localidad se estableció en
1850 una escuela artística por la que pasaron Paul Gauguin, Émile Bernard y
Charles Filiger, entre otros. Al primero de ellos lo acogió en su casa Vincent
Van Gohg y expuso sus obras en la galería que tenía montada el genio holandés.
Las referencias a Gauguin son constantes: hay placas en la pensión en la que
vivió, un busto suyo en la plaza de l’hotel de ville (ayuntamiento), cuadros
suyos en el museo local y un itinerario por sus lugares de inspiración.
Otro grande de las artes, esta vez de
la literatura, está ligado a
Nantes, capital histórica de la Bretaña. El autor
de 20.000 leguas de viaje submarino, Jules (Julio) Verne, nació en esa ciudad
que a día de hoy supera los 300.000 habitantes.
A su importante puerto se suma una factoría de Airbus que le imprime
dinamismo a esta urbe desde la que los duques de Bretaña gobernaron un
territorio independiente del reino de Francia hasta 1532. En la catedral de San
Pedro y San Pablo reposan los restos de Francisco II y Margarita de Foix,
padres de Ana de Bretaña, que sería reina de Francia. La tumba está ejecutada
en mármol de Carrara y está considerada una de las obras maestras del Renacimiento
francés. Un león, un galgo y las estatuas de la prudencia, la justicia, la fuerza y la templanza velan el
descanso de los duques.
Torre y foso del castillo de los duques de Bretaña en Nantes. |
En la fachada atlántica de Bretaña
se encuentra el golfo de Morbihan en el que se libró una importante batalla
entre los romanos y las tribus celtas en el año 56 antes de Cristo. Julio César
vio el desarrollo de la contienda desde una roca –-si no se recoge en los cómic
de Asterix debería hacerlo-- y relata en el libro III de La Guerra de las
Galias la victoria de sus tropas. Los vénetos encabezaban una flota ligera y de
gran maniobrabilidad que había llevado de cabeza a los romanos, que contaban
con naves más grandes con vela y remos. Los bretones tuvieron mala suerte aquel
día porque cesó el viento y quedaron a merced de los barcos romanos impulsados
a remo. El golfo es ahora un lugar de esparcimiento veraniego y de cultivo de
la ostra.
Menhires alineados en Carnac. |
Muy cerca se encuentra Carnac, que
no hay que confundir con la Karnak de Egipto. Más de 3.000 menhires se
extienden a lo largo de varios kilómetros y fueron colocados entre el 3.000 y
el 5.000 antes de Cristo, así que no fue Obelix. Su función se desconoce y
teorías hay para todos los gustos, con marcianos de por medio incluidos. Entre
estas piedras destaca el Gigante de Manio, de 6,5 metros de altura, y las
alineaciones de Kermalio, Menec y Kerlescan.
Cementerio estadounidense en Coleville-sur-Mer, muy cerca de la playa Omaha en Normandía. |
Atravesando Bretaña llegamos a
Normandía y pasamos de la Prehistoria de Carnac a uno de los episodios clave de
la Historia Moderna. Los versos radiados por la BBC “les sanglots longs des
violons de l’automne/ blessent mon coeur d’une langueur monotone” (“Los largos
sollozos de los violines del otoño/hieren mi corazón con una
monótona languidez”),
de Paul Valery, dieron paso a la operación Overlord en la madrugada del 6 de
junio de 1944, el Día D. A la órdenes del general estadounidense Dwigth D. Eisenhower,
más de 4.000 lanchas de desembarco, 600 buques de guerra, 2.000
aeronaves y 150.000 soldados de las fuerzas aliadas partieron del sur de
Inglaterra y desembarcaron en los 80 kilómetros de playas que van desde Quinéville
hasta Arromanches-les-Bains, más conocidas como Utah, Omaha, Juno, Gold y Sword.
Comenzaba de esta forma un operativo que dio un vuelco a la Segunda Guerra
Mundial y que acabaría con la toma de Berlín, el suicidio de Hitler y la
rendición de Alemania el 8 de mayo de 1945.
La batalla fue
terrible. En la playa de Omaha, en las cuatro primeras horas murieron 3.000 hombres
y se calcula que en los tres meses posteriores al desembarco fallecieron 637.000 soldados,
de los que 400.000 eran
alemanes. Las bajas civiles ascendieron a 70.000, la mayoría por los bombardeos
de los aliados. Solo el día antes a la invasión dejaron caer 60.000 toneladas
de bombas.
Inevitablemente viene
a la cabeza la película Salvar al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg,
basada en la historia real de los hermanos Preston y Robert Nyland. El general
Marshall ordena al capitán John H. Miller (Tom Hanks) que reúna a un pelotón
para encontrar al paracaidista James Francis Ryan (Matt Damon) y enviarlo a
casa puesto que tres de sus hermanos habían fallecido en combate y el gobierno
estadounidense quería cumplir la política iniciada por el presidente Lincoln en
la Guerra de Secesión de salvaguardar al único superviviente de la familia. La
última escena tiene como escenario el cementerio de Coleville-sur-Mer, que se
puede definir con dos palabras: precioso y sobrecogedor. El primer calificativo
obedece al emplazamiento, un llano de césped a unos 20 metros sobre la orilla
de la playa donde se levantan 9.387 cruces y estrellas de David de mármol
blanco orientadas hacia el oeste, siguiendo la estética de los camposantos
militares de Estados Unidos. Y sobrecogedor porque pocas acciones de guerra,
con la de muertes que ello implica, están más justificadas que este desembarco
en el que dieron su vida miles de jóvenes que fueron a morir en unas playas a
muchos kilómetros de los suyos para defender a sus países de la tiranía y el
horror nazi. El gobierno francés regaló 70 hectáreas a los Estados Unidos y el
Congreso de Washington aprueba todos los años una partida para el mantenimiento
del cementerio. Emociona ver cómo un pueblo honra a quienes dieron la vida por
él.
Monumento a los caídos en el desembarco de Normandía en la misma playa Omaha, donde murieron 3.000 soldados en las cuatro primeras horas del 6 de junio de 1944. |
Un búnker alemán. |
A lo largo de esta
costa hay 13 monumentos de distinta índole que recuerdan la gesta de las tropas
estadounidenses, británicas y canadienses (sobre las que recayeron las
principales acciones bélicas), así como de otros 21 países. En los pueblos se
pueden comprar todo tipo de productos relacionados con el desembarco: poster,
banderas de las distintas unidades militares que intervinieron, camisetas, miniaturas
de soldados, mapas, boinas como la que lucía el general inglés Montgomery,
imanes para la nevera y publicaciones.
Restos de la estructura de un puerto artificial construido por los británicos en Arromanches-les-Bains, la playa Gold. |
En Arromanches-les-Bains (la playa
Gold) hay una buena tienda de libros y revistas en el Musée du Embarquement,
que está situado, como no podía ser de otra forma, en la place du 6 Juin. Hay otros 30 museos como este. Desde
un mirador se pueden ver todavía los restos de unas plataformas que formaron
parte de un puerto artificial para el desembarco de las naves aliadas. Y entre
un pueblo y otro se diseminan los búnkeres alemanes. Unos 70.000 hombres de la
Wehrmatch, el poderoso ejército de Hitler, hicieron frente al ataque.
Fachada de la impresionante catedral gótica de Rouen. |
Tumba de Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, en la catedral de Rouen. |
En su interior están las tumbas de
varios reyes y nobles, entre otras la de Ricardo Corazón de León, hijo de
Leonor de Aquitania y rey de Inglaterra, personificación del caballero medieval
y convertido en leyenda tras su muerte en la defensa del castillo de Limoges.
En un parque
cercano se erige la estatua de Hrolf Ganger, caudillo noruego conocido como
Rollo, uno de los protagonistas de la serie televisiva Vikingos. Sus más de dos
metros de estatura y 140 kilos de peso eran temidos por sus enemigos y por los
caballos sobre los que cabalgaba; de hecho era apodado El Caminante porque no
había rocín que lo aguantara. Este vikingo sitió París en el año 885. El rey
Carlos II el Simple le cedió un territorio en Normandía y una vez que se
convirtió al cristianismo se casó con una de sus hijas, Gisella. De esta forma
se convirtió en el primer duque de Normandía y se comprometió a defender estas
tierras de los ataques de los nórdicos. También yace en la catedral.
Las guías turísticas apuntan a que este es el edificio en pie más antiguo de Normandía. Está en la plaza del Viex Marché de Rouen y a día de hoy es un restaurante. |
Y también a pocos
pasos de allí se sitúa la place du Vieux Marché (plaza del Mercado
Viejo), un lugar ideal para abastecerse de un producto francés
por excelencia: el queso. Los franceses presumen de tener un queso para cada
día del año y tienen registradas 350 variedades de este derivado lácteo. De
vaca, de cabra, de moho blanco, azules, de masa prensada cocida o cruda,
Francia festeja el 29 de marzo la Journée Nationale du Fromage. La leche de la
vaca normanda es muy rica en proteínas y ello le imprime un sabor particular a
sus quesos. El Camembert, el Coeur de Neufchatel, el Pont l’Eveque o el Livarot
son algunas de las variedades más populares de esta región y se pueden comprar
a precios razonables en el mercado; además, los envasan al vacío para evitar el
deterioro y que la maleta huela.
Puerto de Honfleur, pueblo situado en la desembocadura del Sena. |
Sería una pena
abandonar Normandía sin visitar Honfleur. A orillas del Sena, este pueblo del
departamento de Calvados y de unos 7.500 habitantes es de postal. El pequeño
puerto deportivo está rodeado de edificios de madera de estrecha fachada, de
cinco o seis pisos, con buhardilla y tejado de pizarra y de distintos colores y
casi todos ellos tienen en la planta baja un bistró o una brasserie en los que
sentarse a tomar algo y disfrutar de las vistas. Una iglesia vikinga, calles
estrechas y casas antiguas conservan el pasado de esta localidad que fue
trasladada a los cuadros por pintores impresionistas como Monet, Gustave
Coubert o el artista local Eugène Boudin. De allí parten cruceros fluviales a París,
una buena opción para conocer la ciudad que “bien vale una misa”, en palabras
del rey protestante Enrique IV para justificar su conversión al catolicismo.
Escalera exterior de caracol en el castillo de Blois, en el Loira. |
En agosto de 1994 recorrí en moto, una Honda
CB900, el valle del Loira y elegimos Tours como centro de operaciones.
Visitamos una decena de castillos, entre ellos los de Saumur, Chambord y
Chenonceau. En realidad no se trata de castillos, sino de palacios
renacentistas. Y es que las fortificaciones dejaron de tener sentido una vez
que acabaron las guerras internas y Francia se unificó cuando en 1491 Carlos
VIII se casó con Ana de Bretaña.
Las mismas piedras que sirvieron para defender
pueblos de sus enemigos fueron empleadas en estos châteaux. El de Blois fue
declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 y en su capilla fue
bendecida Juana de Arco por el obispo de Reims antes de partir a la batalla de
Orleans contra los ingleses. En este castillo vivieron Luis XII y Francisco I,
que fue apresado por los españoles en Pavía. El Salón de los Estados Generales
tiene un exquisito artesonado y este último rey mandó construir una espectacular
escalera de caracol exterior. Los jardines ofrecen unas bonitas vistas del
pueblo y del río.
Castillo de Chenonceau. |
El château de
Chenonceau está vinculado a una de las familias más poderosas de la Europa
renacentista, los Medici, y todo en él es extraordinario. Los jardines que
rodean el edificio merecen una visita por sí solos. El rey Enrique II regaló
este castillo a su amante Diana de Poitiers, duquesa de Valentinois. A la
muerte del monarca, fallecido de forma accidental en un torneo, su viuda,
Catalina de Medici, pasó a ser la regente y obligó a Diana de Poitiers a
devolver el palacio a la corona. A cambio le regaló el castillo de
Chaumont-sur-Loire. De ahí que sea conocido como el castillo de las damas.
Retrato de Catalina de Médicis, esposa del rey Enrique II de Francia. |
En la actualidad
pertenece a la familia Menier, famosa por sus chocolates, y conserva una
importante colección de obras de arte, con cuadros de Murillo, Ribera, Veronés,
Tintoretto, Van Dyck, Clouet… Se pueden visitar las cocinas, dormitorios,
salones, la bodega (ofrece degustaciones de vino de la propiedad), las
caballerizas y un hospital que se instaló en la Primera Guerra Mundial. Pero quizás
lo más espectacular es la galería de arcos sobre el río Cher, construido por
Phillibert d’Orme siguiendo las órdenes de la favorita del rey. Diana de
Poitiers quería un puente para unir el castillo con la otra orilla y extender
los jardines y consiguió una de las estructuras más bonitas y original del
Renacimiento francés.
La oferta turística de Francia va más allá de París. Los Alpes, la Costa Azul, Estrasburgo, Lyon, la Provenza y una larga lista de destinos hacen que este país sea el más visitado del mundo. Igual llevaba razón el novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez cuando dijo que “cuando la Virgen quiso aparecerse en nuestros tiempos, escogió Francia. No será tan malo este país como dicen...”