domingo, 28 de julio de 2013

Bienvenidos al sur (o casi)


Su fama de caótica no es gratuita y es ahí donde reside en buena parte su atracción. Nápoles la reina del sur de Italia, es una ciudad en la que conviven, tabique con tabique, edificios en ruina apuntalados con modernas o antiguas construcciones que reflejan un pasado de capital. La Corona de Aragón, los Austrias españoles y luego los borbones gobernaron Nápoles con la mirada puesta en el Mediterráneo; antes fue romana y normanda, y mucho antes llegaron los griegos. Las populares cuentas del Gran Capitán se deben al gasto que había supuesto la derrota de la flota francesa en el asedio a la ciudad, entonces bajo dominio aragonés, en las que el noble cordobés cuantificó económicamente el arrojo de sus hombres en la batalla y se las presentó en 1506 a Fernando el Católico.

Una calle de los quarteri spagnoli.

Arriba, una vista del mar desde Possilipo. Abajo, el Castell Nuovo de Nápoles.

La Vía Toledo arranca en una maravilla arquitectónica donde un día se oyeron los compases de la mejores óperas y las voces de divas y tenores. El teatro San Carlo es el más antiguo dedicado a la ópera en activo y a su alrededor se arremolina la espectacular galería Umberto I –que recuerda a Milán y a su famosísima Scala— donde están instaladas tiendas y cafeterías. Desde su puerta principal se ve el Castell Nuovo y un poco más allá, el mar.
Los quarteri spagnoli (los barrios españoles), sin duda la zona más conocida de Nápoles, están muy cerca del teatro, siguiendo la Vía Toledo. Asomarte a una de sus calles es sumergirte en esas películas que retratan un vecindario bullicioso con ropa tendida de balcón a balcón. Tiene su encanto y en uno de sus bares hay un sitio que buscan los mitómanos y que figura en muchas guías turísticas: un altar dedicado a Maradona. El futbolista argentino llegó al Napoli en 1984 y los tifosi se rindieron a su juego, y más aún cuando el equipo ganó dos scudettos y la Copa de la UEFA. Las tiendas oficiales del club siguen vendiendo la camiseta con el dorsal 10.
La gastronomía napolitana tiene en la pizza su mejor embajadora. Lejos de la complicación de combinaciones de sabores difíciles de digerir –léase hawaiana, barbacoa o similares--, las cartas de restaurantes y trattorías son bastante simples: con tres o cuatro variedades va que chuta, y por supuesto la pizza Margarita es la reina indiscutible. Salsa de tomate, queso mozzarella de búfala y albahaca fresca son más que suficientes. Sorprende el precio, barato comparado con la calidad, lo abundante de los platos.
La zona alta de la ciudad no sigue tanto el patrón de desorden, aunque el barrio de la Sanitá no hace honor a su nombre. En otra época fue un hospital, si bien poco hace presuponer que ni antes ni ahora respondiera al concepto de higiene. Casas y palacetes se asoman al golfo de Nápoles en Posilippo o Villa Comunale y la vista es espectacular desde Capodimonte. Volviendo a la parte baja y frente al Castell Nuovo se encuentra la terminal marítima con líneas que llevan a las islas de Ischia, Capri o a destinos más lejanos, como Palermo o Cagliari.
Vista del Vesubio desde Castillmare di Stabia.

El Vesubio preside imponente el golfo y en dirección al sur se concentran una serie de pueblos con historia ligada a este volcán. Dos de ellos, Herculano y Pompeya, muestran después de casi dos mil años los devastadores efectos de sus erupciones. La avanzada ingeniería de la construcción que empleaban los romanos ha permitido que estas ciudades sigan ofreciendo una idea muy clara de la vida en ellas. Pompeya conserva sus calles, plazas, un teatro, varias villas y un lupanar, además de a varios de sus habitantes fosilizados.
Galería Umberto I, junto al teatro de San Carlo.

Más al sur todavía se llega a Castilmare di Stabia y ahí comienza la carretera a serpentear paralela al mar. El dicho italiano donna al volante, pericolo costante (mujer al volante, peligro constante), además de ser machista falta estrepitosamente a la verdad. Y es que da igual el sexo o condición de quien se coloque a los mandos de un automóvil, camión o moto, estos últimos con tendencia a adelantar por la derecha. La manera de conducir de los italianos es conocida en medio mundo y no precisamente por su apego a respetar las normas de tráfico. El exceso de velocidad, los adelantamientos en plena curva sin visibilidad y aparcar en una carretera de poco más de cuatro metros de ancho son situaciones frecuentes. Y si a esto se suma que cruzan procesiones, con su Virgen a hombros, sus beatas y su banda de música, el viaje no puede ser más completo. 
Una procesión cruza la strada sorrentina  con la consiguiente reternción del tráfico.

La Villa del Fauno, en Pompeya.
Una moto con su asiento para el niño.
En Vico Equense tienen a gala haber sido los primeros en comercializar la pizza a metro, así como suena. La bandeja es cuadrada y mide un metro de largo por un ancho de unos 25 centímetros. Los precios oscilan de 20 a 50 euros, según los ingredientes. La cocina napolitana no es solo pasta; en esta zona abundan los platos a base de pescados y hasta la fritura en cartuchos, como en Cádiz o Sevilla. La cerveza es cara, no la sirven fría y es floja; con los vinos tintos hay que llevarse cuidado con la relación calidad precio, que no convence. Lo que sí merece la pena son los aperitivos: el vermú, Campari (para quien le guste el toque amargo fuerte) y el Spritz Aperol, que sabe a naranja y se toma muy frío y con sifón. Estas bebidas las suelen acompañar de frutos secos, algún canapé o rodajas de salami.  El jamón curado (proschiuto) no tiene nada que ver --y sí mucho que envidiar-- con nuestros jamones; el de pata negra ni existe. En cambio su variedad de quesos es muy amplia y destacan los de pecorina (oveja) aunque no están tan curados. 
Esta máquina fabrica  pizzas en cinco minutos.

El recorrido por la costa Sorrentina y luego la Amalfitana es espectacular. Los pueblos colgados del monte que bajan hasta el profundo azul del Mediterráneo y salpican el paisaje. Sorrento fue y sigue siendo uno de los lugares preferidos de los italianos pudientes para veranear y de los británicos con posibilidades para vivir su jubilación. La colonia de súbditos de Isabel II es amplia y hasta disfrutan de un templo anglicano compartido con una parroquia católica. Sobre sendos acantilados se instalan tres de sus hoteles de gran lujo con magníficas vistas al mar y sus calles peatonales albergan todo tipo de comercio enfocado al turismo. Entre ellos están los que ofrecen productos locales y sobre todo, limones. El cítrico, de un amarillo impoluto, se encuentra presente en todas partes: del limón salen jabones, velas, perfumes y licores, el famoso limoncello. También la pasta abunda y las especialidades de la zona son los paccheri, gnocchi, canelloni y strascinatti.



 Esta ciudad, inmortalizada en una popular canción, cuenta con una terminal de ferris que en media hora te llevan a  Capri. La isla de los dioses, que le llamaban los romanos y donde se estableció durante años Tiberio, tiene su principal atractivo en la cova azzurra, donde el Mediterráneo intensifica su azul. El barco te deja en la Marina Grande y los microbuses te transportan a San Michele, un pueblo encaramado en lo alto de la isla que mira al Vesubio casi a su altura. Las tiendas son de marca y los precios de cualquier cosa, incluida la botella de agua, están por las nubes.  
Conca del Marini.
De vuelta a la península y saliendo de Sorrento la strada sigue su curso y abundan los balnearios. En esta costa no hay playas, no hay arena, solo guijarros, y cualquier recodo o cala se convierte, gracias al hormigón, en un balneario. Llegar hasta ellos es complicado. Los accesos suelen estar al filo de la carretera y los escalones son de vértigo. En otras ocasiones se trata de un estrecho camino de tierra y el coche se deja donde se puede, carretera incluida.  
Praiano.

La llegada a Amalfi impresiona. Se esconde tras una colina y cae en escalones hasta el mar. Una iglesia con una alta torre domina un altozano bordeado por la carretera que da al Mediterráneo. Aquí sí hay playa, con un pequeño paseo marítimo en el que se apelotonan restaurantes, cafeterías 
Atardecer en la playa de Meta, cerca de Sorrento
y heladerías. La arena es basta y los bañistas, muchos, sin llegar a ser Benidorm. Nada de top less y mucha familia en una playa bien organizada en lo que se refiere al espacio, pero con pocos o ningún servicio.  Antes hemos pasado por Positano, otra preciosidad, aunque más pequeña, y Praiano.
Amalfi.
Estamos en la provincia de Salerno. Más allá están Castiglioni, Minori, Maiori, Cetare y Vietri sul Mare, ya pegada a la capital de esta provincia. En adelante, y siempre hacia el sur, la costa es diáfana, con largas playas de arena más fina y aguas muy bravas, hasta Castellabate. El turismo es escaso y hay menos hoteles y más camping. A unos 40 kilómetros de Salerno se instalaron los griegos en el siglo VII antes de Cristo y levantaron la ciudad de Paestum en honor a Poseidón, el dios de los mares. Conserva dos templos, el de Démeter y el de Poseidón, que cambiaron que nombre cuando pasó a ser colonia romana. De su prosperidad da cuenta un museo en el que se conservan numerosas estelas funerarias, la más conocida es la del nadador, cerámica, piezas de orfebrería, armas, esculturas…
Una panorámica de Sorrento.

Esquelas a la puerta de una iglesia.
Volver al punto de partida por el mismo camino puede ser agotador. Son 90 kilómetros de curvas y tráfico que se convierten en más de dos horas y media de coche. La solución está en la autostrada que conecta Salerno y Nápoles. Son dos euros por jugarte un poco menos la vida, ya que ahora tenemos dos carriles por sentido, aunque el trazado no sea nada del otro mundo. El Vesubio nos volverá a avisar de la llegada a Nápoles. Vedere Napoli e dopo morire (Ver Nápoles y después morir) es una frase popular en esta curiosa ciudad que encanta y decepciona a partes iguales. 
Templo de Démeter en Paestum.


Para que os hagáis una idea del recorrido, este es el mapa de la zona, y en este enlace tenéis una selección de sitios para alojarse o comer. 



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