Cualquier español de a pie sueña con que los niños de San Ildefonso canten el número que jugamos, y que sea el Gordo. La imaginación vuela y es fácil escuchar “yo me compraría un Mercedes”, “yo me quito la hipoteca” o “reparto dinero entre mi familia”. Pues yo, viendo el frío que hace, que los días son cada vez más cortos y que conozco aquello, me iría a pasar las navidades a La Habana, y si es en el hotel Nacional, en el malecón, mejor. ¿Qué se debe sentir a 29 º que marcan hoy los termómetros en la capital de Cuba con un mojito en la mano, un cigarro en la otra y escuchando la música que invade la vida en la isla?
“Más se perdió en Cuba y volvieron cantando”, que se cuenta de los soldados que combatieron en la guerra de 1898 contra Estados Unidos. La Perla del Caribe dista mucho de ser aquella ciudad que maravillaba por sus casas señoriales, sus avenidas y su nivel de vida a finales del siglo XIX y principios del XX, aquella en la que se fijaron miles de españoles para asentarse. Hoy se cae a pedazos. Si le preguntamos al Gobierno, la culpa es del bloqueo de los yanquis, y si le preguntamos a los cubanos, la mayoría apuntará a Esteban (este bandido, que le dicen a Fidel). Desde luego un mandatario que dijo aquello de “revolución es cambiar lo que debe ser cambiado” no inspira mucha confianza, aunque tiene acérrimos defensores incluso cuando aparece en chándal en televisión. Siempre se ha dicho que hay que conocer Cuba antes de que muera el comandante y yo ya he ido dos veces.
El hotel Nacional, mirando hacia el malecón |
El bloqueo ha supuesto muchas cosas para Cuba y una de ellas ha llevado a sus habitantes a agudizar su ingenio. “Si nos dieran chance, llegábamos a la luna”, me dijo una vez el licenciado Godofredo García, un taxista que paraba a la puerta de mi hotel y que entregaba unas tarjetas de visita hechas en el cartón de la caja de los zapatos que decía en negrita: “Conocedor de toda la isla”.
Un carro pasa ante El Floridita, cuna del daiquiri |
Más pruebas de ese ingenio/supervivencia. Quién no se ha fijado en esos carros de los años 50 --Buick, Chevrolet, Dodge…-- que siguen circulando por las calles de La Habana. Funcionan como taxis y después de un trayecto me empeñé en que el conductor levantara el capó para ver la maquinaria. No dábamos crédito cuando vimos que el motor era de un tractor rumano adaptado al chasis, y el que entienda de mecánica me comprenderá.
El centro de la ciudad, La Habana Vieja, patrimonio de la humadidad, gira en torno al paseo del Prado, que va del Capitolio (copia de Washington) hasta el malecón, la catedral, la plaza de Armas, la calle Obispo y calle Empedrada. En ese polígono pululan las jineteras y otros paseantes que se acercan ofreciendo compañía o guiarte a cambio de que los invites. Te pedirán ropa, jabón, productos de higiene íntima, revistas, libros… e intentarán venderte tabaco y ron, y aunque no fumes ni bebas son capaces de convencerte, En esa zona encontramos dos locales míticos: el Floridita y La Bodeguita de Enmedio. Lo resumo en palabras de Hemingway: “Mi daiquiri en El Floridita, mi mojito en La Bodeguita”, que de tragos sabía un rato. Baratos no son (entre 6 y 7 euros la copa) porque las autoridades cubanas creen que los turistas son ricos.
--Me llevo una botella de agua. ¿Qué le debo?
--Dos dólares.
--¿Y una cerveza?
--Lo mismo.
Quizás es que el comunismo sea de precio único por aquello de igualar.
Tarjeta de un paladar. No se come igual que en un restaurante, pero no te lo debes perder. |
Merece la pena asomarse al hotel Ambos Mundos, en la calle Obispo, donde se alojaba don Ernesto, y comer en un paladar (pronúnciese paladal), que no es otra cosa que una casa particular donde sirven comidas. Famosa es La Guarida, donde se rodó parte de Fresa y Chocolate. La película se abre con una escena en la heladería Copelia, de espectaculares helados y también colas. La de los extranjeros es casi inexistente, pero te puedes colocar en la otra, la suya, y te da tiempo de entablar amistad con cuatro cubanos, que son magníficos conversadores, abiertos y divertidos. Estamos en La Rampa, la calle 23, que da paso a Vedado, una zona de casas algo mejor cuidadas que los edificios del centro. Entre ellos se levanta el hotel Habana Libre y más allá, la plaza de la Revolución, escenario de interminables discursos de Castro; también cerca está la sede de Radio Centro y hacia el malecón encontramos el hotel Nacional, construido en un montículo Su interior evoca la época colonial, con maderas preciosas y suelos inmaculados de mármol. Atravesando el vestíbulo se accede a la terraza, una maravilla con vistas al mar.
La calle Obispo, una de las principales vías de La Habana Vieja. |
El malecón es parte de la vida de los habaneros. Sus cinco kilómetros cubren el trayecto del castillo de la Punta a La Chorrera y en él se sitúan los hoteles Meliá Cohiba, el Riviera (construido por el mafioso Lasky), el monumento a Maceo, el del víctimas del Maine y la Oficina de Intereses Comerciales de los Estados Unidos, que no tiene relaciones diplomáticas con Cuba. Nuevo ejemplo del ingenio cubano: los norteamericanos colocaron un letrero luminoso con proclamas anticastristas y los cubanos levantaron un bosque de mástiles con banderas que impide ver el letrero. Allí estuve esperando para ver actuar a la orquesta Van Van, pero cuando el agua dice en Cuba ahí va, no hay paraguas ni chubasquero de valga; me retiré a mis aposentos. En el malecón hay varios mostrencos de hormigón construidos por los rusos, que contrastan con el edificio más bonito y mejor cuidado: la embajada española.
Músicos callejeros. Beben ron a diario, fuman habanos y llegan a los 90 años. No tienen estrés porque el concepto trabajo es bien distinto al nuestro. |
La Habana es también música, mucha música, pero no busquéis el Buenavista Club Social porque no existe. No todo es el son, hay locales para escuchar jazz –La zorra y el cuervo, en La Rampa—o ritmos africanos, en el callejón de Hammel. Pero lo suyo son los locales al aire libre con actuaciones y música mecanizada (enlatada) con barra abierta (libre), entre 5 y 10 dólares. Hay algunos en la zona de Almendares. Y no debes abandonar la ciudad sin ver los carteles de propaganda castrista, las imágenes del Che Guevara, los mercados vacíos de alimentos, las cartillas de racionamiento, los escolares uniformados (los pioneritos) y escuchar cómo se quejan los cubanos de sus condiciones de vida. Comparados con otros países del área caribeña no están tan mal como dicen, tienen un altísimo nivel de alfabetización, todos cuentan con la posibilidad de estudios superiores y una sanidad gratis, con carencias, pero gratis. Les falta lo esencial, la libertad. Porque hay dos Cubas, la suya y la turística, a la que no tiene acceso.
Me gustaría que la próxima entrada del blog se titulara Hizo calor en La Habana, porque sería señal de que me tocó la lotería y pasé las navidades en el hotel Nacional.
Una niña sale de la catedral para celebrar la Fiesta del 15, un cumpleaños que supone la puesta de largo. |
El Capitolio, vacío de contenido, como diría un político. La Cámara legislativa ni se reúne allí ni pinta nada. |
Vista de La Habana desde el castillo del Morro. |